Felices Pascuas - Cuento

 


    Era un domingo de pascuas como cualquier otro, hacía años me había desligado de la religión entonces mi día en el mejor de los casos consistiría en comer chocolates mientras miraba alguna serie.

    Cuando me estaba preparando el desayuno, me percaté de que me faltaban algunos ingredientes para el almuerzo que planeaba cocinar, tendría que ir al supermercado. Miré el reloj de pie de la sala y todavía era temprano. Mientras desayunaba me puse a hacer zapping en la televisión, la cantidad de publicidades festivas entorno a las pascuas era tan ridícula como sus contenidos, ¿a quién se le ocurre que es buen marketing hacer que un enano salga del huevo de pascuas que pretenden vender? Decidí que era demasiado como para seguir viendo y me preparé para ir a hacer las compras.

    El supermercado se encontraba como mucho a 3 cuadras de mi edificio, pero el camino se notaba distinto. Era imposible no ver el camión de mudanzas que estaba estacionado en la esquina, cuando logro rodearlo me quedo perpleja y frente a frente con mi reflejo, pero éste estaba alterado.

    Apoyado por una pared se encontraba un espejo roto me enfrentaba a una versión mía que helaba la sangre. Mi cara quedaba partida en dos, la herrumbre de la base del espejo marcaba la línea donde mis mejillas perdían contacto. Solo lograron sacarme del trance en el que me encontraba las gotas frías que hicieron contacto con mi piel, había empezado a llover y salí sin paraguas. Pero claro que no había llevado paraguas, si cuando salí el día estaba radiante, todo el curso de eventos empezaba a inquietarme entonces decidí apurar mi paso al supermercado.

    Una hora después me encontraba de regreso a mi casa, parecía que todo el barrio se puso de acuerdo para ir al mismo tiempo. Venía pensando en la conversación que tuve con una de las primeras vecinas del edificio que conocí, Berta.

—¿Viste que tenemos nuevos vecinos? —me preguntó Berta mientras esperábamos en la fila.

—¡Si! Hace rato que no veo caras nuevas —respondí

—Igual ojo querida, andan diciendo que están metidos en cosas turbias

—Pero si ni siquiera terminaron la mudanza y ya andan diciendo esas cosas —dije escéptica.

—Gustavo, el del 4°B, recuerda haber visto sus expedientes cuando trabajaba en la comisaría. Sus antiguos vecinos denunciaban al menos una vez al mes movimientos y ruidos extraños durante horas de la madrugada en una propiedad suya no muy lejos de acá —relataba Berta preocupada.

—Tranquila Berta, si esto es real tampoco hay garantías de que sea necesariamente algo bizarro. Encima, hace como dos años que Gustavo se jubiló, capaz después de eso las cosas se calmaron más. —intenté razonar.

Después de eso llegó mi turno y me despedí. Estaba completamente perdida en mis pensamientos digiriendo todo lo que me acababa de enterar, cuando escuché algo que me llamó la atención.

—¡Cuidado! —gritó alguien, pero no logré identificar quien.

    Me volteé y vi como un perro negro venía corriendo directamente en mi dirección. Empecé a correr, pero el perro era grande y más rápido que yo. Resignada y lista para que me ataque, cerré los ojos, pero la mordida nunca llegó, en su lugar sentí como el perro me rozó y siguió de largo, seguido del ruido de algo metálico impactando con el suelo. Abrí los ojos y miré a mi alrededor, no había un alma en la calle.

    Me agaché a revisar que se había caído, frente mío se encontraba un cuchillo herrumbrado con una nota pegada, me planteé dejarla donde estaba, al fin y al cabo, había visto demasiadas películas de terror como para saber que la curiosidad por lo general mata al gato, pero fue más fuerte que yo y decidí, en esta ocasión, meterme en el papel del gato.

    Apenas abrí la nota y me arrepentí, de un segundo al otro el frío me invadió, mis pelos se erizaron y respirar se convirtió en un desafío. Escrito en mayúsculas y tinta roja un “AHORA SABÉS” cambiaba completamente el curso de mi domingo.



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